viernes, 27 de junio de 2008

Colomba


Veníamos en bicicleta del supermercado y ahí estaba ella, acomodándose, tratando de mantenerse en pie para volver a acostarse. Todavía no sabíamos que era ella, pero lo presentimos o lo imaginamos en su carita que suplicaba ayuda. Nos miramos y pensamos lo mismo. Debemos llevarla.


Estaba en los huesos (todavía lo está, pero un poco menos) y se notaba enferma a todas luces. Llamamos al taxi amigo y volamos al veterinario con ella.


La gente pregunta cosas y se le responde. Pregunta qué le pasó y se le explica. Dicen debes querer mucho a los animales para hacer algo así. Digo es sólo un poco de compasión y no parecen entenderlo, pero no dejan de decir pobrecita, pobrecita. Mientras la gente comenta que tiene un cocker, un pastor, un lo que sea, empiezo a pensar que quizás podrían adoptar a algún animal abandonado en lugar de comprar uno. Pero a nadie parecen importarle. O, como dice él, qué sentido tiene apiadarse de ellos si no haces nada al respecto. En ese momento Colomba empieza a botar un líquido muy feo de su nariz y les digo que por favor la atiendan, que está muy enferma. Me pongo muy nerviosa porque no sé lo que le pasa. Por suerte el veterinario me hace pasar luego, antes del resto de los pacientes y nos da el diagnóstico. Nos advierte, con poca esperanza en su voz, que puede que no lo logre. Que algunos perros con distemper se salvan y otros no. Que depende de ella. Que la cuidemos mucho y le entreguemos mucho cariño. Pero no nos asegura nada.

Ya en la casa, los gatos la huelen, pero no se acercan demasiado. Por supuesto que intuyen su estado. Le damos comida pero no quiere. Nos acostamos muy tristes. Pero entonces siento que se pone de pie. La voy a ver y está comiendo, con ansias, como si nunca lo hubiera hecho.

Y así comienza a recuperarse. Todos los días un poco más. Corre detrás de los gatos -ellos le aguantan todo, por el momento- y se come toda su comida. Es la mejor para tomarse sus medicamentos. El veterinario dice que todavía no podemos asegurar nada porque el distemper es una enfermedad larga y que va por etapas. La Colomba va recién en la primera, la de la infección al sistema respiratorio. Aún así, la ve mucho mejor.

A pesar de lo muy enferma que todavía sigue, se ve feliz. Feliz de dormir calentita, de poder comer y de que alguien le limpie su nariz mocosa. Sus ojitos me lo dicen a cada rato.

viernes, 26 de octubre de 2007

Bryan

Camino al trabajo, por lo menos una vez a la semana, me topaba con esta señora que iba en dirección contraria, seguramente a dejar al colegio al lloroso niño que arrastraba. De unos 35 años maltenidos, me llamaba la atención su maquillaje y su ropa, los dos excesivamente recargados para las 07:45. Sobresalía ella en la uniformidad de los escolares y de los oficinistas. Cada vez que la veía no podía dejar de elucubrar acerca de su vida durante, digamos, las siguientes dos cuadras. Que era puta. Que venía del trabajo y pasó apurada a buscar al niño. Que le debe haber tomado mucho tiempo pintarse así. Que de seguro anda con olor a trago. Que a la entrada del colegio el resto de los apoderados la miraría y pensaría algo no muy distinto a lo que pensaba yo. La imaginaba grosera.

Así los pensamientos se diluían hasta la próxima vez que la veía. Y un día llegó a mi trabajo. Sobremaquillada, como todas las veces que la vi antes. Sin olor a trago, muy educada y con una sonrisa cómplice, como si me perdonara por todos los prejuicios que tuve sobre ella, me pidió que le diera la dirección y el teléfono del Centro de Internación Provisoria de Limache. "Soy la mamá del Bryan", me dijo. Yo sabía a quién se refería. Es un muchacho de 16 años, adicto a la pasta base, desertor escolar (como le gusta decir a la gente que trabaja con menores), que trabaja en un carretón para ganarse la vida (y la droga). Llega un momento en que ya no hay mucho más que robar en la casa, de seguro los fletes no estuvieron tan buenos ese día, la angustia es tanta por fumar, que un incauto se cruza delante de Bryan y otros dos niños (14 y 15 años), le pegan y le roban todo lo que se pueda robar, pero ni siquiera alcanzan a comprar el próximo mono.

-¿Le avisaron los Carabineros que Bryan estaba detenido?

- No, nada, recién hoy me vengo a enterar que está en Limache.

La nueva ley de responsabilidad penal adolescente señala expresamente que cuando un menor es detenido, la familia debe ser notificada para que pueda estar presente en la audiencia. La presencia de los padres o tutores en el Tribunal, en algunos casos, puede hacer la diferencia entre la libertad y la internación del muchacho. En la práctica, los familiares se enteran por terceras personas de la detención de sus hijos.

La señora, adivinando mi pensamiento o quizás por la mueca de desaprobación que hice, continúa:

- Lo esperé a que llegara en la noche y ayer todo el día, pero no llegó. No es la primera vez que se queda afuera, como anda metido en la pasta base...

Le di los datos del Centro de Internación de Limache, sin atreverme a comentarle que el mismo día que Bryan fue trasladado, hubo allí un motín en el que tuvo que intervenir Gendarmería. Frazadas y camas quemadas, gritos, mucha, mucha violencia, ninguna posibilidad de control por parte de los funcionarios del Sename. El temor de la madre era el natural cuando un niño entra a un lugar así. Todavía no imaginaba que la tragedia de Puerto Montt pudo haberse llamado Limache, Graneros o Talca. Porque la tragedia continúa. Los muchachos muertos están enterrados. Bryan todavía está preso. ¿Cuándo contaremos su historia?